Llegué a Lhasa gracias a mi esposa y ella la conoció gracias a algún contacto de Facebook. Fue amor a primera oída, nos impactó mucho su estilo, mezcla de muchas culturas, todas las que su cuerpo podía aguantar. Podía sonar a Chavela Vargas en alguna canción, en otra parecía Lila Downs, más adelante había detalles del fado portugués… una amalgama cautivante.
Un descubrimiento realmente sorprendente, que llegaba a refrescar la amplía colección musical, pero tal vez más sorpresa causó abrir el correo electrónico, hace un par de días, y encontrar en las alertas de noticias que Lhasa de Sela ya no existía más en este mundo, que la cantante había partido al lugar de los dioses.
Su madre la llamó así, como la capital del Tibet, a los cinco meses de haber nacido, inspirada en el Libro tibetano de la vida y la muerte. A los 19 años de edad, Lhasa se estableció en Montreal (Canadá), ciudad en la que sus tres hermanas estudiaban lo relacionado con las artes del circo. Esta afición por el entretenimiento surgió desde pequeñas, en los viajes que hacían en el bus-casa familiar por las diferentes carreteras de Estados Unidos y México: en el día leían y en la noche organizaban espectáculos.
Durante cinco años pasó por los escenarios de los bares montrealeses hasta que esas influencias de Violeta Parra, Chavela Vargas, Billie Holiday y María Callas llegaron en 1997 al público con mucho éxito, gracias de su disco “La Llorona”. Acerca de este trabajo, podemos leer en la página oficial de Lhasa lo siguiente: “En 1997, aparece La Llorona, primer álbum escrito, compuesto e interpretado por una desconocida joven llamada Lhasa. Algunos quizás consideraron este álbum una curiosidad, un exótico accidente. Escapando a cualquier definición el álbum evoca una América Latina, a la vez real e imaginaria, fruto de la memoria de una infancia itinerante, en el vaivén de los caminos de México y Estados Unidos. La música nos aparece como única y familiar, mezcla de rancheras y melopeas zíngaras, country y canciones populares, junto a textos profundamente íntimos, interpretados en español por una voz cálida y potente”.
Seis años después, el estilo de Lhasa se mantiene y se supera con “The Living Road”, su segunda producción. “Expresándose con la misma naturalidad en español, en francés o en inglés, se muestra directa, verdadera y sin compromisos en todas esas lenguas con las que nos lleva de una dulce y femenina ranchera a un emocionante góspel, o de un intenso blues a una tierna canción de cuna, con el mismo carisma y la misma convicción”, dice su página de internet.
Las canciones de estos trabajos vienen en inglés, francés y español, las tres lenguas que manejaba. De acuerdo con Lhasa, cada composición ya venía en un idioma en particular. No había traducciones, venían de un sentimiento profundo y así era como le hablaban y se conectaban con el público.
Hacia mediados del año pasado publicó su tercera grabación, titulada simplemente “Lhasa”, y esa sencillez expresa la madurez artística que hay en el disco, producido a la antigua, registrado en vivo en el estudio y en cinta, con instrumentos como guitarras acústicas, contrabajos, arpas y baterías. Contrario a sus otras producciones, ésta fue cantada totalmente en inglés.
En julio de 2009 Lhasa tuvo que suspender la gira promocional de su nuevo disco, debido a complicaciones de salud. Llevaba cerca de un año luchando contra un cáncer que, finalmente, ganó la batalla el 1 de enero de 2010. A los 37 años, en Montreal, falleció la cantante y compositora, hija de un profesor y escritor mexicano y de una fotógrafa estadounidense.
Lhasa, una artista camaleónica que supo alejarse de cualquier elemento comercial en su música. Triste pero capaz de subir la energía de quien la escucha, Lhasa logró escalar hasta la cúspide y llegar a la más profunda sencillez. Lhasa quiere decir “lugar de los Dioses”.