(Juan Carlos Zorrilla Amelínez) La última vez que vi a Ignacio Ramírez fue en las calles bogotanas, me sorprendió que no me saludara a pesar de encontrarnos varias veces, parecía un ser de otro mundo, como en efecto lo era en ese sueño, ocurrido después de su fallecimiento el 19 de diciembre de 2007.

 

Ese sueño me motivó aún más a escribir este texto en el que simplemente quiero presentar algunos de los momentos que compartí con Ignacio Ramírez, motivación que se hizo aún más grande al tener la oportunidad de publicarlo en Alucine, gracias a la invitación de Diego Martínez.

 

Uno de los primeros contactos que tuve con Ignacio fue en la Feria Internacional del Libro de 1996, donde “Nacho”, como en todas las ferias tenía una activa participación, presentando los libros que sus colegas lanzaban o bien en las actividades que programaba la Cámara del Libro.

 

Recuerdo que en aquella ocasión uno de los invitados especiales fue Héctor Rojas Herazo. En mi trabajo al frente de la oficina de prensa de la Cámara del Libro, trataba de conseguir la mayor información posible del escritor sucreño, para entregar a los periodistas que cubrían el evento.

 

Fue precisamente Ignacio, quien no sólo me suministró valiosa información sino que me prestó un ejemplar de “En noviembre llega el arzobispo”, desde luego, con carácter devolutivo y con todas las advertencias posibles. Ese fue el inicio de un acercamiento a Ignacio, que luego se hizo más fuerte al empezar un noviazgo de seis años con su hija Carmencita.

 

Cabe recordar que Ignacio, junto con Olga Cristina Turriago escribieron “una historia de amor y locura” llamada “Hombres de Palabra”, donde presentaron una serie de reportajes con escritores colombianos en el exilio. Una de las entrevistas que publicaron fue la de Héctor Rojas Herazo en Madrid.

 

Así mismo, incluyeron en ese libro, un reportaje con el también fallecido escritor colombiano Miguel de Francisco, quien se había radicado en París y en ese 1996 volvía a Colombia después de muchos años, para participar en la Feria.

 

Fue así que comencé a conocer más cerca a este hombre del que tenía viejas referencias de niño cuando aparecía en el noticiero Promec, con Jota Mario Valencia. Después supe que en su paso por los medios también había estado RCN, Caracol, El Tiempo y que hasta había sido el libretista de “El Taxista Millonario”, la exitosa película protagonizada por Carlos “El Gordo” Benjumea y dirigida por Gustavo Nieto Roa.

 

Aún no sé si desde aquella época viene su amistad con el director de cine, lo cierto es que posteriormente se unieron en varios proyectos, algunos de los cuales no llegaron a concretarse como el de la película “El ángel del Acordeón”, basada en la obra de Ketty Cuello.

 

Esta amistad con el director los llevó a encontrarse por el mundo en los festivales culturales, como el que Nacho organizó en Milán en el año 2000 a donde Nieto Roa llegó a presentar su película Caín. Allí asistieron varios artistas colombianos radicados en Europa y por supuesto Nieto Roa con la cinta que no pudo ser vista, puesto que el director llegó con una copia en Betacam, formato para el cual no se disponía de reproductor en el lugar del evento.

 

No sé desde cuando empezó con la idea de los encuentros culturales de Colombia en el extranjero, lo que sí recuerdo es que desde el Festival en Milán tenía la idea de proclamar que los “colombianos somos gente de paz y necesitamos unirnos para aplacar a los violentos”.

 

Tampoco sé cuando realmente empezó con su boletín cultural electrónico “Cronopios”, que era una arteria cultural con muchos artistas colombianos y personas interesadas en la cultura en otros países y por supuesto en Colombia. De lo que sí fui testigo, fue de sus inicios en el mundo de la Internet, pero sobre todo de su lucha con los computadores y los virus informáticos, que si no estoy mal, más de una vez arruinaron la base de datos de suscriptores de “Cronopios”.

 

No sólo yo fui testigo de esa lucha informática, amigos suyos como Eduardo Reyes, quien en la época del Festival de Milán vivía en Italia, sufrió en “hardware” propio las consecuencias de los virus de “Nacho”.

 

Fue allí, en Milán, donde se empezaron a despertar las dolencias de Ignacio Ramírez, un problema de cáncer en la próstata lo aquejaba en aquel tiempo, razón por la cual el Festival Cultural de Milán tuvo que inaugurarse sin su alma y promotor, mientras él sentía que la hora final le llegaba en el Hospital de Legnano.

 

De regreso a Colombia fue operado y tengo entendido que pudo superar esta enfermedad, aunque lo aquejaban otros males.

 

Posteriormente hablé y me encontré con Nacho ocasionalmente, algunas veces para darle una mano con los computadores o ayudarle con algún técnico que le permitiera solucionar los inconvenientes con el correo electrónico o la Internet y “Cronopios” pudiera seguir llegando a los miles de suscriptores.

 

La última vez que nos encontramos fue en la Feria del Libro de 2007, donde ya se evidenciaba en su rostro el avance de la cirrosis y sus demás complicaciones de salud.

 

Cuando lo conocí era la época de la Agencia de Prensa “Arte y Cultura, AyC”, que funcionaba en su residencia del barrio Usatama en Bogotá, sólo, separado un par de bloques del apartamento de R.H Moreno Durán. Desde AyC, hacía permanentes despachos de artículos para Colprensa y varios periódicos regionales, además mantenía su columna Literalúdica en las Lecturas Dominicales en El Tiempo.

 

Allí, en la sede de AyC, no era extraño encontrarse con Fabio Martínez, Jota Mario Arbeláez o Ricardo Cano Gaviria cuando pasaba por Bogotá, entre tantos otros amigos, como el periodista Óscar Domínguez, quien lo acompañó hasta el final.

 

Nacho, espero que la próxima vez que me lo encuentre en el mundo de las alucinaciones me salude, aunque sea para reclamarme el “Tres tristes tigres” que jamás le devolví o la serie de cuentos de Germán Espinosa, publicada por Ediciones Aurora.